Cada 22 de agosto, la provincia de Tucumán detiene su marcha para rendir homenaje a una herida que no cicatriza: el "Día Nacional del Desagravio al Pueblo Tucumano por el Cierre Masivo de Ingenios Azucareros", instituido por la Ley N° 27.620 en 2021. Esta fecha evoca el fatídico 22 de agosto de 1966, cuando el régimen militar de Juan Carlos Onganía, bajo el Decreto-Ley N° 16.926/66, asestó un golpe devastador al corazón productivo y social de la provincia al ordenar la clausura de 11 de los 27 ingenios azucareros que sostenían su economía. Aquel acto, justificado como una “racionalización” de la industria azucarera, desencadenó un colapso que dejó a 50.000 trabajadores sin sustento, triplicó la desocupación provincial hasta un 15% y empujó a 200.000 tucumanos —un tercio de la población— a abandonar su tierra en busca de un futuro incierto, principalmente en Buenos Aires.
El cierre de ingenios como Bella Vista, Esperanza, La Florida, Lastenia, La Trinidad, Nueva Baviera, Santa Ana, San José, San Antonio de Ranchillos, Los Ralos, Amalia, Santa Lucía, San Ramón y Mercedes no fue un hecho aislado, sino parte de un plan deliberado dentro de la autoproclamada “Revolución Argentina” (1966-1973). La medida favoreció a grandes grupos económicos, como la familia Blaquier del Ingenio Ledesma en Jujuy, mientras se presentaba como una modernización necesaria. Sin embargo, las consecuencias fueron catastróficas: desnutrición, proliferación de asentamientos precarios y un desgarro profundo en la identidad de las comunidades azucareras. “Fue un acto de despojo que quebró no solo la economía, sino la dignidad de miles de familias”, señaló Silvia Nassif, investigadora del CONICET y especialista en la historia de la agroindustria azucarera.
La resistencia obrera y un grito silenciado
Frente a la adversidad, los trabajadores tucumanos, nucleados en la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA), alzaron su voz. Marchas, ollas populares, paros y cortes de ruta se multiplicaron entre 1966 y 1968, en un intento desesperado por defender sus fuentes de trabajo. Sin embargo, la resistencia encontró una represión brutal. El 13 de enero de 1967, en Bella Vista, Hilda Guerrero de Molina, esposa de un obrero despedido, cayó asesinada por la policía durante una protesta, convirtiéndose en un símbolo de la lucha y el sacrificio. “Su muerte no fue en vano; marcó un punto de inflexión en la memoria de la resistencia tucumana”, afirmó Nassif.
Este episodio, junto con la crisis generalizada, inspiró iniciativas como el cuaderno educativo ¿Por qué arde Tucumán? (1966-1973), desarrollado por Nassif, Ximena Rosich, Daniela Wieder y la artista María Eugenia Correa. Publicado por la editorial Humanitas de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), este material incorpora una historieta sobre la lucha de la FOTIA y el asesinato de Hilda Guerrero, integrando la historia local en las aulas secundarias. “Conocer el pasado es clave para transformar el presente”, sostuvo Nassif, destacando la importancia de estas herramientas pedagógicas.
La Ley N° 27.620, aprobada por unanimidad en 2021, no solo instituye el 22 de agosto como un día de reflexión, sino que reconoce el cierre de los ingenios como un preludio de la militarización de Tucumán, que se intensificó con el Operativo Independencia en 1975 y la dictadura cívico-militar de 1976. Este reconocimiento busca mantener viva la memoria de un pueblo que, pese al dolor, resistió con dignidad.
El impacto de la crisis azucarera también se analiza en "Los pueblos azucareros frente al colapso", coordinado por María Celia Bravo. Este libro, de acceso libre, detalla las respuestas de comunidades como Santa Ana, San Pablo y Bella Vista, donde obreros, productores, religiosos y vecinos enfrentaron el cierre con estrategias diversas, desde cooperativas hasta movilizaciones. “En algunos casos, se logró evitar la clausura; en otros, el desmantelamiento fue irreversible”, explicó Leandro Lichtmajer, investigador del CONICET.
Un hito en la recuperación de esta historia es el convenio entre el CONICET y la FOTIA, firmado en 2021, para digitalizar el Archivo Histórico “Hilda Guerrero de Molina”. Este archivo, descubierto en 2016 por el empleado Pedro Luna, contiene documentos clave sobre la represión y la resistencia obrera, buscados durante décadas por organizaciones de derechos humanos. Bajo la dirección de Silvia Nassif y Daniela Wieder, el proyecto no solo preserva un patrimonio invaluable, sino que fortalece los lazos entre la academia, los sindicatos y la comunidad, reafirmando el compromiso con la memoria, la verdad y la justicia.
Un fuego que no se extingue
El 22 de agosto no es solo una fecha de conmemoración; es un recordatorio de la resiliencia de un pueblo que, frente al despojo, respondió con lucha y solidaridad. La crisis de 1966 marcó un antes y un después en Tucumán, dejando cicatrices que aún perduran en la memoria colectiva. Como señala Nassif en su tesis sobre el impacto psicológico de los cierres, “la pérdida del trabajo desestructuró vidas y comunidades, generando un trauma que se transmite de generación en generación”. Sin embargo, la resistencia de aquellos años, desde las puebladas hasta el Tucumanazo de 1970, demuestra que el espíritu tucumano no se doblega. Este día, entonces, es un homenaje a quienes resistieron y un llamado a no olvidar, para que las llamas de Tucumán sigan ardiendo en la búsqueda de justicia y dignidad.