FOTO NA: JUAN FOGLIA
El mercado mostró su fuerte desconfianza ante la posibilidad de que los objetivos de ajuste económico queden truncos. Los gobernadores demostraron que el presidente no gobierna solo, sino que el camino es la negociación y el consenso al no contar con mayorías en el Congreso. La estrategia de denostar adversarios y aliados mostró su límite; la atomización de las fuerzas políticas y la estrategia de ‘cortarse solo’ dejaron a la vista un límite: no alcanza con el sello partidario ni con que el presidente endose sus votos a cualquier candidato.
Si bien en números concretos, La Libertad Avanza aumentó su caudal de votos en Buenos Aires con respecto a la elección de 2023. El dato que se rescata es que no logró encantar a quienes lo acompañaron en segunda vuelta. Ese electorado no se volcó hacia las alternativas peronistas sino que optó por terceras fuerzas o, en muchos casos, directamente se abstuvo de participar.
Muchos esperaban modificaciones en el gabinete, como intento de oxigenar la imagen del gobierno nacional. Sin embargo, la respuesta que asoma como probable es la conformación de dos mesas políticas: la primera, un círculo reducido de figuras confiables del presidente, donde las decisiones de su hermana continúan siendo decisivas; la segunda, un espacio de diálogo con los gobernadores, quienes vienen reclamando mayor atención de parte del gobierno, y demostraron su poder de
fuego.
Comprendiendo los roles de cada uno de estos espacios, el gobierno pretende sostener una estructura verticalista en la toma de decisiones, diferente de la aplicada por el expresidente Macri. El objetivo es consolidar la viabilidad del rumbo económico sin descuidar la agenda política ni la influencia en la opinión pública. A corto plazo, no parece existir intención de desplazar figuras “manchadas”, lo que da la pauta de que los nombres que componen esa mesa, no son negociables ni “descartables”. Si en los próximos días observamos incorporaciones de otros actores políticos provenientes de terceras fuerzas, demostrará que el presidente entendió que “nadie se salva solo”.
En cuanto a la mesa de diálogo federal, el gobierno acusó recibo de la necesaria buena relación con los gobernadores. Reconstruir el diálogo interrumpido con aliados y adversarios es fundamental. El presidente no solo confrontó a aquellos que se manifestaron abiertamente en contra de su política económica; también bastardeó a dialoguistas y aliados, olvidando que se trata de un Gobierno que carece de mayoría en ambas cámaras. Si recordamos que nuestro país tiene una organización federal, las provincias cuentan con un peso sustancial en la gobernabilidad de la Nación. Su influencia en los legisladores nacionales es determinante para viabilizar las políticas públicas que se lleven adelante, aún en tiempos electorales.
Lo que se concluye de estas acciones es que el gobierno nacional busca conservar su identidad y enviar un mensaje político y económico tanto a los mercados como a la sociedad. El desafío, sin embargo, es romper con un estilo encorsetado que impide ampliar la base electoral.
Esto supone reconocer que el lugar que hoy ocupa el presidente fue posible gracias también al acompañamiento de simpatizantes de otras fuerzas políticas, y que sostener el proyecto económico requiere lograr un mayor impacto en la vida cotidiana de la gente.
A la vez, implica comprender que la confrontación tiene un límite cuando se gobierna en minoría en el Congreso. Si se pierde el control de la agenda legislativa y política, se pierde también la capacidad de sostener reformas de largo plazo. Por eso, cualquier intento transformador debe basarse en consensos y acuerdos amplios que se conviertan en políticas de Estado.
La historia reciente ofrece ejemplos claros: en 2009, Cristina Fernández sufrió una derrota clave en Buenos Aires que la obligó a replegarse en su núcleo duro, aunque luego recuperó centralidad política y logró la reelección en 2011. Mauricio Macri, en cambio, salió fortalecido de las legislativas de 2017 y apostó a avanzar con reformas, pero ese capital político se desvaneció rápidamente con la crisis económica de 2018. Ambos casos confirman que las elecciones bonaerenses de medio término funcionan como bisagra: marcan límites y oportunidades que pueden definir el resto de un mandato.
Como nota de color, vale recordar que Buenos Aires concentra casi el 40% del electorado nacional y más de un tercio de la representación legislativa. Ese peso la convierte en un distrito decisivo para cualquier presidente, pese a que la Argentina se organice bajo un sistema federal, este tiene un marcado desequilibrio. Un tema que, por su profundidad, merece una nota aparte.
En ese sentido, la buena relación con gobernadores y actores políticos es fundamental, ya que cada uno defiende sus intereses territoriales incluso a riesgo de tensionar la gobernabilidad nacional. En definitiva, el desafío no pasa solo por Buenos Aires: sin acuerdos federales, ningún presidente logra sostener su proyecto más allá de la coyuntura.
El autor de este artículo es Dr. en filosofía, docente, politólogo y consulto político.