Según difundió Noticias Argentinas el exdirector del Teatro Colón, Dario Leperfido expresó que la política argentina necesita sobriedad. Políticos como Javier Milei o Cristina Fernández de Kirchner representan lo contrario. Son carismáticos, sí, pero con una tendencia peligrosa al ridículo. Muchos de sus colaboradores adoptan ese mismo estilo y terminan desmereciendo la tarea que realizan.
Esta semana fue mala para la economía: el gobierno enfrentó complicaciones en operaciones financieras y el dólar pegó un salto del 14%. Días atrás, el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, se había mostrado altanero, desafiando a quienes advertían sobre el atraso cambiario: “Si piensan que el dólar está barato, cómprenlo”, dijo.
Hacerse el canchero en temas financieros es un error grave. El mercado responde a variables económicas, y el ridículo está siempre a la vuelta de la esquina.
Caputo es una persona seria, pero parece sentir la necesidad de imitar el estilo de su líder. Milei, en su desmesura, miente. Afirmó que la suba del dólar fue culpa de la vicepresidenta Victoria Villarruel por haber habilitado la sesión en la que se votó el aumento a los jubilados, entre otras medidas.
Los gobernantes deberían poder decir en público lo que dicen en privado. Es difícil imaginar a Milei, en privado, repitiendo semejante idiotez; seguramente ahí intenta argumentar con algo más de lógica. Pero cuando habla en los medios, opta por la mentira y el exabrupto. Y eso embrutece el debate público.
Da la impresión de que cree que los ciudadanos no merecen explicaciones sensatas, solo un repertorio de vulgaridades. Desprecia a la ciudadanía del mismo modo que lo hacía CFK.
La suba del dólar es peligrosa porque puede trasladarse a los precios y afectar el único logro económico que el gobierno puede exhibir: la desaceleración de la inflación.
En la Casa Rosada saben que la recuperación económica está lejos. Un rebrote inflacionario podría costarles las elecciones. En vez de decir la verdad, optan por el desprecio: mienten o insultan.
La maestra en esta metodología fue Cristina Kirchner, que siempre mintió o trató con desdén a los ciudadanos. Basta recordar cuando apareció en silla de ruedas luego del asesinato del fiscal Alberto Nisman.
Mentira y desmesura como formas de relacionarse con la sociedad. Para desgracia colectiva, Milei y Cristina han elegido polarizar entre sí, elevando la decadencia política al máximo nivel.
Cristina pensaba que siempre habría multitudes en la calle apoyándola. Hoy cumple arresto domiciliario en su departamento, con una tobillera electrónica, y desde su balcón solo ve la calle vacía.
Ya nadie va. Ni siquiera sus seguidores más leales, que aún conservan ese toque lumpen de obedecer a la líder. Ahora, Cristina se dedica a postear en X (antes Twitter) cadenas de mensajes dirigidos a Milei, que arranca con un “Che, Milei…”, mientras por teléfono intenta organizar el orden de concejales en alguna provincia. Nuevamente difundido por Noticias Argentinas.
La que alguna vez se quiso líder internacional, hoy trata de acomodar un edil más para la fuerza de su hijo Máximo, que sigue sin mostrar una sola idea propia.
La decadencia de CFK es, en cierto modo, disfrutable. El problema es Milei, porque arrastra al debate público hacia lo grotesco. Y la Argentina necesita despegar.
Milei debería mirar a Cristina, no para confrontar con ella, sino para entender cómo la política argentina te puede llevar del podio al escarnio.
La única forma de romper con esa lógica es respetar al ciudadano y dejar de creerse el elegido. Porque eso, en política, no dura nada.
Y sobre todo, no mentir más.
La Argentina necesita un shock de verdad en su vida pública.