
Foto: Ente Cultural de Tucumán.
¡Alguien me ama! —expresaba con fuerza y emoción en medio del escenario Charity, interpretada por la multifacética y talentosa Andrea Barbá, cuando de pronto las luces del teatro se apagaron. Solo quedaron encendidas las de emergencia, y su voz, ya sin salir por los parlantes, continuó casi a capella. Su figura seguía en movimiento, iluminada apenas por un reflejo que parecía sostenerla entre sombras. No se detuvo: siguió interpretando con la misma entrega, pensando que sería algo momentáneo. Pero el telón se cerró bruscamente y, con él, el teatro quedó en silencio total.
Un apagón general en la zona obligó a interrumpir la función. Detrás del telón, los artistas quedaron de pie, inmóviles, cubiertos por la oscuridad, esperando instrucciones sobre qué hacer. Desde la platea se percibía la incertidumbre, pero también una emoción contenida. Era un silencio que no pesaba: era un silencio que respiraba arte. El teatro, casi lleno, permanecía en penumbra mientras colaboradores de la producción iban y venían entre los pasillos intentando resolver la situación.
Entonces, entre murmullos y luces de celulares que empezaban a encenderse tímidamente, apareció entre el público Sebastián Fernández, responsable de la puesta, para explicar lo ocurrido. Con voz calma, pidió paciencia. Algunos aprovecharon para retirarse, sin saber si la función volvería a comenzar. Sin embargo, la mayoría permaneció en sus lugares, aferrada al deseo de que ese sueño escénico continuara. En ese instante, un aplauso espontáneo y cerrado estalló desde todos los rincones del teatro, un aplauso que abrazó a Andrea Barbá y a los más de 50 artistas que hasta ese momento habían ofrecido una presentación alucinante.
La Banda Sinfónica de la Provincia, con una serenidad admirable, tomó sus instrumentos y comenzó a tocar en la oscuridad. Las melodías flotaban entre las butacas, como si buscaran consolar al público y a los artistas. Las luces de los celulares, ahora sí bienvenidas, transformaron la sala en un cielo estrellado. Fue un momento de pura magia, de comunión entre el público y los intérpretes, de respeto y admiración mutua.

EN EL ESCENARIO: a la luz de los celulares.
Cuando el elenco se preparaba para abandonar el escenario y regalaba un acto final a modo de agradecimiento, ocurrió lo inesperado: las luces volvieron. El teatro entero estalló en aplausos. Los artistas se miraron, respiraron profundo y, lejos de retirarse, retomaron desde el mismo punto en el que la historia había quedado suspendida: “¡Alguien me ama!”, y todo volvió a empezar como si nada hubiera ocurrido.
Quiero contar esta experiencia porque estuve ahí, como parte de ese público que vivió una función distinta, irrepetible, cargada de emoción y entrega. El despliegue escénico fue impresionante: una iluminación de última generación, un sonido impecable que envolvía cada número musical, una escenografía majestuosa que trasladaba a los espectadores a un universo visual de luces, brillos y sueños, y un elenco que se lució en cada coreografía y en cada interpretación con una energía que contagiaba.
Andrea Barbá brilló de principio a fin. Su carisma, su potencia vocal y su entrega sobre el escenario hicieron que cada escena tuviera alma propia. En cada gesto, en cada nota, en cada sonrisa, se notaba el compromiso con el personaje y con el público. Fue una actuación que emocionó, conmovió y arrancó más de una carcajada.

Sweet Charity es una coproducción del Ente Cultural de Tucumán, FUNDAE y Rojas – Tecnología para Eventos. El musical cierra su temporada este sábado a las 21 y domingo a las 20, en el Teatro San Martín (avenida Sarmiento 601).
Si todavía no la viste, no te la pierdas. Porque más allá del talento, la técnica y la música, este espectáculo demuestra algo que como público sentí anoche en la oscuridad: el arte y los artistas tucumano brillan, incluso cuando se apagan las luces.