Roberto Rejas: asesino de su propio hijo Benicio y de su madre, Milagros Avellaneda.
Hay veces en que la justicia y la verdad no van de la mano. El fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que dejó firme la condena a prisión perpetua para Roberto Rejas- asesino de su propio hijo Benicio y de su madre, Milagros Avellaneda- es justo. De eso ya no caben dudas. Pero, paradójicamente, hunde la verdad de los hechos en un misterio que ahora ya no podrá resolverse: ¿dónde están los cuerpos?
Roberto Rejas mató a Milagros y su bebé a golpes y ocultó sus cuerpos en un sitio que nunca fue hallado. Su crimen quedó probado en un juicio oral, luego ratificado por la Corte Suprema de Justicia de Tucumán y ahora firme por el Máximo Tribunal de la Nación. Lleva las firmas de Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti. No hay más instancias de dudas. Y es justamente esa falta de alternativas para el condenado lo que separa a la familia de Milagros y Benicio de la verdad.
Sin nada que perder -mejor dicho, nada que ganar- ¿qué motivos puede tener Rejas para revelar el sitio donde ocultó los cuerpos? La respuesta está más allá del alcance de la administración de Justicia. La respuesta está en la profundidad de su alma, en la capacidad de sentir humanamente el dolor de una madre sin tumba para llorar a su hija y su nieto. La verdad, ya oculta bajo la fachada de un joven encantador, ahora queda para siempre sepultada en la conciencia de un asesino. Si quiere, puede pasar el resto de su vida sin decir dónde están enterrados.
“Encantador de serpientes”
Roberto Rejas tiene una característica: convence a cualquiera que entable diálogo con él de su inocencia. Tras matar a Milagros, logró que su entonces novia le creyera. Luego, hizo lo mismo con una nueva relación, que lo acompañó durante todo el juicio. Compañeros de la cárcel de Villa Urquiza y guardiacárceles también cayeron en sus encantos. Rejas parece inocente, inofensivo.
Revelar la verdad y decir dónde escondió los cuerpos implicaría reconocer la verdad: que él los mató. Que es un asesino. Privado de la libertad de por vida, quizás su fachada de hombre injustamente encerrado sea lo único que le quede.
Una larga experiencia
Rejas no es un novato en el arte de fingir. En el año 2016, logró mantener a todos sus conocidos lejos de la verdad que acababa de revelarle Milagros Avellaneda: que fruto de un romance de una noche, tenía un hijo de casi dos años.
Lejos de asumir su paternidad, Rejas bloqueó a Milagros de sus redes sociales y del celular. Ella, entonces, fue a su casa con el bebé en brazos para que lo conozca. El se la llevó a una plaza y le dijo que nunca más aparezca por su vida, advirtiéndole que si lo volvía a hacer lo “iba a conocer”.
En aquellos tiempos, logró mantener la fachada de joven exitoso: un bonito auto, un trabajo estable como guardiacárcel, una novia fiel y una familia compuesta por dos policías federales más un experto en criminología. Según quedó probado en el juicio, no estaba dispuesto a sacrificar su estilo de vida por un hijo que, hasta hacía poco, no sabía que tenía.
Pero Milagros insistió. El 28 de octubre de 2016, volvió a buscarlo, otra vez con Benicio en brazos. Él subió a ambos a su auto, los llevó hasta el parque 9 de Julio, la mató a ella y al bebé y dedicó la madrugada a ocultar sus cuerpos. Volvió a su casa y no dijo nada.
Siguió fingiendo. Dos días después, cuando Amalia Ojeda, mamá de Milagros, se presentó en su casa buscando a su hija, él le dijo que no la conocía. Pero había una testigo: Flavia Mamaní, amiga de Milagros, había presenciado la primera discusión entre ambos y conocía toda la historia. Entonces, Rejas cedió. Reconoció que conocía a Milagros, pero dijo que no la veía desde hacía dos meses. Con su máscara de hombre inocente, hasta llegó a presentarse como testigo en la comisaría para declarar. Era demasiado tarde: la Fiscalía ya estaba investigando.
La fachada se desmorona
La localización de los celulares de Rejas y Milagros determinó que ambos estuvieron juntos la noche de la desaparición. También reveló que los dos teléfonos se apagaron en el mismo momento y en el mismo lugar. Rejas tuvo que reconocer que la vio esa noche, pero argumentó que los dejó en una avenida, sanos y salvos.
Dijo que después volvió a su casa, pero su celular lo terminó de delatar. Cada vez que ingresaba a la vivienda se conectaba automáticamente al wifi, pero esa madrugada no lo hizo. Recién se prendió al amanecer, pasadas las 8 de la mañana.
Más tarde, su auto fue secuestrado respondió al Luminol. Rejas reconoció que en el interior podría haber restos biológicos, pero primero dijo que eran de un cerdo que llevó para comer y luego argumentó que un compañero suyo había vomitado en el vehículo. El ADN diría la verdad.
Sin embargo, los investigadores llegaron tarde al secuestro. En las horas previas, Rejas había dejado su auto en un local de limpieza de tapizados y encargó un trabajo que la compañía calificó de “especial”. Los químicos que eligió rompieron la cadena de ADN y nunca se pudo determinar si era de las víctimas. La culata de su arma reglamentaria tenía sangre, pero no se pudo establecer de quién.
Google lo terminó de complicar. En su historial de búsquedas apareció la frase “descomposición de cadáveres”. Pero Rejas también tenía una explicación para eso: dijo que su padre, profesor de criminalística, le pidió que hiciera esa búsqueda para un contenido de una materia que dictaba. En el juicio quedó probado que el contenido de las cátedras no incluía ese tema.
Sin embargo, la prueba que lo hundió definitivamente provino de la propia Milagros Avellaneda. Ella misma alcanzó a enviarle a su amiga un audio en el que decía que Rejas había reaccionado violentamente, que se había “cansado de pegarle” y que estaban en el parque. Cuando Flavia le preguntó si quería que la vaya a buscar, el teléfono de su amiga se apagó.
Durante los cinco años que duró la investigación, se negó sistemáticamente a someterse a peritajes psicológicos. Declaró durante horas en la fiscalía sin mostrar angustia por la situación dado que Benicio -decía él- no era su hijo. Ante cada evidencia que aparecía, él esbozaba una explicación.
Sin embargo, no pudo sostener la mentira en el juicio oral que se realizó en 2021, en el que sus coartadas fueron cayendo una a una. Ante la evidencia genética de que el bebé era suyo, cambió su fachada ante los jueces: “les pido que me dejen en libertad para poder encontrar a mi hijo Benicio”, dijo en sus últimas palabras. El tribunal no tuvo dudas. Fue condenado a perpetua.
¿Quién es Leo?
Si alguna duda quedaba entre quienes lo conocían (incluída su nueva novia), se desmoronaron cinco días más tarde, cuando Rejas se escapó del cuartel de Bomberos, donde estaba detenido. Su fuga derivó en una enfurecida marcha de personas que, en plena madrugada, fue despertando a los vecinos de la ciudad en reclamo de su captura.
Logró viajar hasta Salta, donde asumió una nueva identidad. Se alojó en un camping de Cabra Corral como “Leo”, un estudiante jujeño y despertó la simpatía del dueño, que ignoraba por completo que ese joven tímido y tranquilo era un asesino con pedido de captura internacional. Cuando llegó la Policía, alguien filmó el momento de su captura. “¿Qué pasa, Leo?”, se escucha al hombre que lo hospedó preguntarle perplejo.
Ya en Tucumán, volvió a mentir. Dijo al juez que se había fugado sin ayuda de nadie, engaño que sería rápidamente derribado cuando se supo que lo había hecho con ayuda financiera y logística de un conocido comerciante inmobiliario, acusado infinidad de veces por estafa.
Rejas, hoy
En cinco años, Rejas fue capaz de asumir varias personalidades. La de un devoto novio y exitoso joven sin hijos, la de testigo de la causa, la de padre preocupado por el destino de su bebé, la de un estudiante jujeño y la de un prófugo improvisado que actuó en solitario.
Desde entonces, permanece alojado en el penal de Villa Urquiza. Allí, su nueva faceta es la de estudiante universitario. Quienes lo conocen en la actualidad e ignoran la abrumadora prueba en su contra, quienes no saben que ya nueve jueces confirmaron su condena, vuelven a creer en él. “Parece bueno”, refieren los guardiacárceles.
La fachada de hombre inocente es la última que le queda. Y, probablemente, no tenga ningún motivo ya para deshacerse de ella. Ni siquiera la angustia de una madre que busca una tumba para su hija y su nieto.
La paradoja de la Justicia
En un fallo inédito, el tribunal que lo sentenció en primera instancia a perpetua había incluido un inciso nunca antes visto: establecía que, si Rejas revelaba dónde había escondido los cuerpos, se podría “rever” la condena. De hecho, en ese punto se estancó la discusión durante casi 12 horas entre los jueces: no había antecedentes de una oferta similar. Sin embargo, los tres estuvieron de acuerdo en que ninguna de las partes se opondría. Y tenían razón.
Sin embargo, Rejas no habló. Apeló ante la Corte Suprema de Justicia de la Provincia, que no le dio la razón. Con un nuevo abogado, apuntó su mira hacia la capital del país e interpuso un Recurso Extraordinario, que también fue rechazado. Como última carta, fue en queja hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La semana pasada, el 7 de octubre de 2025, se le cerró esa última puerta.
El fallo del Máximo Tribunal sólo tiene una carilla. En ella, los jueces rechazan el recurso de queja porque no fue acompañado del fallo que se debía analizar. ¿Qué se suponía que debían revisar los magistrados? Tampoco presentó el resto de la documentación requerida. ¿Por qué no lo hizo? Es un misterio que, quizás, nunca se revele.
Así, la Corte de la Nación terminó con la última esperanza de Rejas de salir en libertad. Ahora no tiene nada que perder. Al menos, hasta el año 2054.
Una nueva oportunidad
Condenado a perpetua, Rejas podrá pedir salir en libertad condicional cuando haya cumplido, al menos, 35 años de prisión. Entonces, el destino determinará si el juez o jueza encargado de otorgarle el beneficio exige como condición el arrepentimiento.
Se trata de un dilema en el que hay opiniones a favor y en contra: el de la llamada “implicancia subjetiva”. Es decir, la manera en la que el condenado se posiciona frente a su crimen, si acepta que lo que hizo estuvo mal, si su conciencia evoluciona en sentido del arrepentimiento. Ello puede dar la pauta -nunca la certeza- de que no lo volverá a hacer.
Sin embargo ¿qué hacer con un condenado que sostiene que es inocente? ¿Se le puede exigir que reconozca un delito que él asegura no haber cometido a cambio de darle la libertad? Nuestra Constitución es clara y tajante cuando dice que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo. Así que hay jueces que no exigen arrepentimiento.
Sin embargo, otros tienen una opinión distinta. Aseguran que la libertad condicional no es un derecho inalienable sino un beneficio, una forma de cumplimiento de la pena al que se accede mediante ciertos requisitos. Por lo tanto, el condenado no está “obligado” a declarar contra sí mismo, sino todo lo contrario: tiene la libertad de hacerlo, de probar que reflexionó sobre sus hechos y asegurarle al juez que, fruto de esa profunda convicción, no lo volverá a hacer. Revelar dónde están los cuerpos puede dar la pauta de que, en alguna medida, pretende aliviar el daño que causó a la familia de las víctimas.
En el año 2054, Roberto Rejas estará en condiciones de pedir la libertad condicional. Sólo el destino sabe qué clase de juez o jueza le tocará en suerte. Es imposible predecir, tampoco, cuáles serán los lineamientos jurídicos que rijan las convicciones de los magistrados dentro de tres décadas. ¿Le pedirán, a cambio del beneficio, que revele dónde están los restos? Es imposible de predecir.
También es imposible saber si, para entonces, la mamá y el papá de Milagros estarán con vida, si podrán algún día velarla. Ni siquiera sabemos si Rejas llegará a los 70 años para resolver el misterio. Tampoco, porque nadie puede conocer el futuro, sabemos si quien escribe estas líneas vivirá para verlo. O usted mismo, que ahora está leyendo esta crónica: ¿llegará algún día a conocer la verdad?.