
EN EL ESCENARIO: DELEGACIÓN DE TUCUMÁN EN COSQUÍN
Cosquín es y seguirá siendo la Capital Nacional del Folklore. Ese título no admite discusión, aún cuando en más de una oportunidad quienes integran la comisión organizadora del festival no hayan estado a la altura del prestigio que el evento supo construir. La historia, el peso simbólico y la trascendencia cultural de Cosquín lo sostienen más allá de decisiones coyunturales que, con el paso del tiempo, terminan dejando más interrogantes que certezas.
Desde hace muchos años sigo de cerca (a veces con mayor proximidad y otras con cierta distancia) el recorrido de los artistas tucumanos en el escenario Atahualpa Yupanqui. Ese escenario que alguna vez fue sinónimo de consagración, que funcionó como una verdadera plataforma de lanzamiento para voces y grupos que, tras una actuación memorable, pasaban a integrar la agenda nacional del folklore con contratos, giras y reconocimiento. Ese Cosquín, el que abría puertas y marcaba rumbos, hace tiempo que dejó de existir.
Las razones pueden ser múltiples. La pérdida de peso de la televisación, la lógica del mercado, o la injerencia de la política —que nunca deja de meter la cola— han ido desdibujando el carácter verdaderamente federal que debería tener la grilla del festival. Lo cierto es que hoy cuesta encontrar en la comisión organizadora una mirada amplia, capaz de representar con justicia la diversidad artística del país y de dar lugar a los exponentes más destacados de cada provincia.
Al comienzo de esta columna utilicé la palabra indiscutible. Indiscutible es que Cosquín es la capital del folklore. Pero también debería ser indiscutible que Tucumán es cuna de músicos, compositores e intérpretes de enorme valor artístico, con trayectoria, identidad y vigencia. Sin embargo, la realidad marca otra cosa: una presencia abrumadora de artistas de Salta, Santiago del Estero y de aquellos que viven en Buenos Aires en la programación —provincias, las norteñas, con méritos sobrados, por cierto— y una llamativa y persistente ausencia tucumana que resulta difícil de explicar sin hablar, al menos, de una clara falta de equilibrio.

Es justo reconocer que, tras años de reclamos y luchas del sector folklórico, se logró que las políticas culturales provinciales contemplen la conformación de una delegación oficial, seleccionada por concurso público y con un fuerte énfasis en artistas emergentes y jóvenes. Esa decisión es valiosa y acertada. Sin embargo, parece no alcanzar. O, peor aún, parece mal negociada. Porque esa presencia tiene costos: no solo la contratación de quienes resultan ganadores, sino también el traslado, la logística y, fundamentalmente, el acceso a horarios televisivos que garanticen visibilidad real.
El esfuerzo económico que realiza la Provincia es significativo, especialmente en un contexto en el que desde hace al menos dos años no se registran contrataciones directas de artistas tucumanos en la grilla oficial del festival. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿No vale ese esfuerzo el trabajo sostenido de recorrer escenarios, grabar discos, producir contenidos audiovisuales y difundir nuestra música por todo el país y el mundo?
Ahí están los nombres, activos y vigentes: La Yunta, Belén Herrera, Las 4 Cuerdas, Manu Sijas —con proyección internacional—, Las Voces del Boquerón, Los Puesteros, Cecilia Paliza, El Mono Villafañe, Melina Cabocota, Los Hermanos "Tomás y Enrique Olmos" -que la rompieron en La Voz-, Yuca Córdoba, entre tantos otros. Artistas que no solo interpretan folklore, sino que lo enriquecen con nuevas miradas, con letras que renuevan el cancionero del norte argentino en zambas, chacareras y canciones con identidad propia.
La situación quedó expuesta con mayor claridad el año pasado, cuando desde Tucumán se presentó la edición Cosquín 2025 y la grilla oficial evidenció una ausencia total de artistas de nuestra provincia. Una desinteligencia difícil de comprender. Un verdadero despropósito para un festival que se proclama nacional y federal.
Celebro la existencia de la delegación tucumana y el esfuerzo de quienes la integran. Pero no puedo evitar plantear la pregunta final, incómoda y necesaria: ¿Cosquín merece, en estas condiciones, una Luna Tucumana?.
El folklore no se construye solo con tradición; también se sostiene con decisiones justas, miradas amplias y un verdadero compromiso federal. Sin eso, ningún título alcanza para honrar la historia que Cosquín dice representar.
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