Noticias Argentinas confirma que la hormona de crecimiento cumple un rol esencial en el desarrollo muscular y óseo, y también contribuye a regular los niveles de azúcar y tejido graso en el organismo. Su déficit en niños puede provocar un crecimiento más lento desde edades tempranas, lo que se traduce en una estatura inferior a la esperada para su edad y sexo. Otros síntomas pueden incluir mayor adiposidad relativa, menor tono muscular, disminución de la mineralización ósea y, en algunos casos, erupción dental tardía.
Este déficit puede manifestarse desde el período neonatal, aunque es más frecuente que los síntomas aparezcan durante la infancia, a través de un retraso en el crecimiento y una consecuente baja estatura. La terapia de reemplazo con hormona de crecimiento ha sido durante décadas el estándar de tratamiento, con un perfil de eficacia y seguridad ampliamente comprobado.
No obstante, para muchos niños el tratamiento aún implica inyecciones diarias, lo que representa una importante carga emocional y logística. Esto interfiere con la vida cotidiana, reduce la adherencia al tratamiento y, en consecuencia, puede
afectar los resultados clínicos.
Actualmente, ya se encuentra disponible en Argentina una nueva opción terapéutica: una hormona de crecimiento de administración semanal, aprobada por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT). Este nuevo tratamiento está indicado para niños y niñas a partir de los 3 años de edad, adolescentes y adultos con déficit de hormona de crecimiento.
Se trata de somapacitán, un análogo de acción prolongada que ha demostrado la misma eficacia y seguridad que la hormona de crecimiento de aplicación diaria, con la ventaja significativa de requerir solo una aplicación por semana. Esto reduce considerablemente la carga del tratamiento a lo largo del tiempo.
Según el Dr. Ignacio Bergadá, médico endocrinólogo pediatra y vicedirector del CEDIE (Centro de Investigaciones Endocrinológicas) del Hospital de Niños "Ricardo Gutiérrez", “la principal dificultad en el tratamiento de cualquier enfermedad crónica es sostenerlo sistemáticamente en el tiempo. Pasar de una aplicación diaria a una semanal significa mucho más que comodidad: es una estrategia concreta para favorecer la adherencia y, con ello, contribuir a garantizar que los niños puedan alcanzar su máximo potencial de crecimiento. Esto equivale a 313 días al año libres de inyecciones”.
Bergadá también ejemplificó la importancia de la adherencia terapéutica: “En el tratamiento con aplicaciones diarias, saltearse una aplicación por semana representa perderse 52 días de tratamiento al año, lo que en siete años equivale a un año entero de tratamiento perdido”.
En ese sentido, Inés Castellano, presidenta de la asociación civil Creciendo, señaló que “los olvidos, cierta reticencia —sobre todo en la preadolescencia— y la frustración pueden atentar contra el cumplimiento del tratamiento. Es importante que nada interfiera durante el tiempo que este se lleve adelante”.
El estudio clínico REAL4 mostró que la velocidad de crecimiento anualizada (medida en centímetros por año) en niños tratados con somapacitán una vez por semana no presentaba diferencias estadísticamente significativas respecto al tratamiento diario (11,2 cm/año frente a 11,7 cm/año). Además, ambos tratamientos mostraron un perfil de seguridad similar. Sin embargo, una diferencia destacada fue la reducción de la carga del tratamiento para los pacientes y sus familias.
Contar con tratamientos más amigables es solo una parte de la solución. La otra cara de la moneda es el diagnóstico temprano y el seguimiento adecuado. El déficit de hormona de crecimiento y otros trastornos relacionados a menudo se detectan cuando la diferencia de estatura con los pares ya es evidente, lo que puede implicar una pérdida valiosa de tiempo para iniciar el tratamiento. Sin embargo, cuando existe un adecuado seguimiento pediátrico y sospecha clínica, es posible llegar a un diagnóstico oportuno.
Algunas señales que pueden despertar sospechas en padres, pediatras y docentes (aplicables tanto a niños como a niñas) son:
Que el niño o niña sea visiblemente más bajo/a que sus compañeros de la misma edad.
Que el talle de ropa o calzado no cambie con el tiempo.
Que un hermano/a menor lo supere en altura.
Que frecuentemente lo confundan con alguien de menor edad.
En ocasiones, los cambios pueden ser tan sutiles que la familia no los nota. Sin embargo, el pediatra puede detectarlos mediante mediciones y la comparación con las curvas de crecimiento. Por eso es fundamental asistir a los controles periódicos de salud.
Castellano advirtió que “a veces, los padres y madres piensan que su hijo o hija ‘ya va a pegar el estirón’ o que ‘no crece porque ellos tampoco son altos’. Pero si el profesional identifica el problema y se los transmite durante la consulta médica, es más factible que tomen conciencia. También es importante no pasar por alto si, como padres, advertimos que no están creciendo correctamente. Debemos plantear nuestra inquietud al profesional y buscar ser escuchados”.
Por su parte, el Dr. Bergadá afirmó que “cuanto antes se diagnostique y se inicie el tratamiento, mayores serán las posibilidades de que el niño o niña alcance una estatura final dentro de su rango genético”.
Crecer en talla implica mucho más que sumar centímetros: también impacta positivamente en la autoestima, promueve el bienestar general y mejora la calidad
de vida, permitiendo una integración social y laboral plena.
Castellano concluyó: “Más allá de la estigmatización, las miradas y los dedos que señalan, lamentablemente lo que nos rodea no está diseñado para alguien de talla por debajo del promedio: desde un mostrador de una dependencia pública, la barra de un restaurante, los botones del ascensor o las alacenas en cualquier cocina. Esto refleja que tenemos mucho que trabajar para la real inclusión de todos como sociedad. Igualmente, es fundamental tener en cuenta que no estamos hablando simplemente de ganar centímetros, sino de una cuestión de salud que requiere ser atendida”.