
UNA MADRE: Mirta Giménez, la mujer que intentó ayudar a su hija y no pudo. Foto: Mariana Romero
“Esto lo hago para proteger a mi familia”. Esas fueron las últimas palabras que pronunció Karla Robles en su corta vida. Luego, se colocó una soga al cuello y se ahorcó.
Todo estaba siendo transmitido en vivo por TikTok. Noventa y seis personas lo estaban viendo. Una de ellas tenía la culpa.
Me había pedido ayuda hace tres años. El Día de la Mujer de 2022, su mamá, Mirta Giménez y su abogado, Augusto Avellaneda, estaban desesperados. Karla había intentado quitarse la vida y no lo logró porque su hermano, Lucas, llegó a tiempo para sostenerle los pies, mientras su mamá intentaba desatar la gruesa bufanda que le rodeaba el cuello. Se lastimó las manos. Ella quedó internada en una clínica de salud mental.
En ese lugar, conoció a una mujer (hoy testigo en la causa, cuyo nombre no se puede revelar) que cuidaba a su hija. Las tres se hicieron amigas. Karla les contó todo. Que había estado de novia con Diego Zerda y que la golpeaba sistemáticamente.
Además, le repetía todo el tiempo que tenía que matarse. En el expediente, la mujer declara que, mientras ella estaba internada, continuaba recibiendo mensajes de él y que ella escuchó un audio en el que él le insistía en que se quite la vida.
Karla tenía una debilidad: creía en la brujería. Es un dato que marcaría su vida en adelante y determinaría su muerte. Diego Zerda lo sabía y le dijo que le había hecho un “trabajo”. La testigo declara que a Karla le temblaban las manos porque creía que moriría en la clínica por esa suerte de hechizo que pesaba sobre ella.
Cuando salió de la internación, Mirta, su mamá, buscó un abogado. Hicieron la primera de las seis denuncias que terminarían juntando polvo en algún cajón de la fiscalía de Violencia de Género hasta que su muerte las sacó a la luz.
La Justicia no avanzaba en la investigación y Zerda continuaba mandándole mensajes. Le decía que era gorda, le reclamaba que su cuerpo era feo, detallandolo parte por parte. “Negra villera”, le escribía y comparaba sus partes íntimas con la de su ex pareja, asegurándole que nunca sería como ella porque era una “cuestión genética”. “Rata traidora, en el peor de los infiernos vas a terminar”, dicen las capturas de pantalla. “Basura, te merecés lo peor, te hacés la linda pero sos puro filtro, gorda cuadrada, no tenés forma, te odio, te juro que te odio”, se lee en la pantalla. Hay otros mensajes más agresivos todavía, pero por respeto a su memoria, no serán reproducidos acá.
Así llegaron Mirta y el abogado Avellaneda a pedir ayuda a la prensa. El 8 de marzo de 2022 me explicaron la situación y yo hablé por teléfono con ella: necesitaba su consentimiento para hacer pública su situación. Me dijo que sí y me pidió que la ayudara. Entonces, encendí la cámara y transmití en vivo. Miles de personas vieron el pedido público del abogado de que la Justicia le brinde seguridad.
A las pocas horas, el video había desaparecido. Alguien lo borró de todas las plataformas. Mirta cree que el motivo es el siguiente: el padre de Diego Zerda es uno de los directores de cámara de Canal 10, donde se transmitía el programa. Las puertas de la prensa también se le cerraban. Yo nunca supe que la nota había sido borrada hasta que me sacudió la noticia de su muerte, el 24 de octubre de 2025. Karla, en su último aliento, había burlado la censura y logrado que todo el mundo supiera la verdad.

Esa noche
El último día de su vida, Karla recibió los mismos mensajes que venía recibiendo desde hacía años. Pero esta vez, Zerda le había dicho que había “entregado el alma” a “Baphomet”, una figura con cabeza de cabra asociada al ocultismo y el esoterismo. Concretamente, le dijo que lo había hecho para “que la paguen vos, tu mamá” otras dos personas que no se sabe quiénes son y Luz Chocobar, su ex novia, que también lo había denunciado por brutales golpizas.
Karla le mandó un mensaje a su amiga. Tenía miedo por su familia. En el audio, se la escucha decir que prefería morirse antes de que le hagan algo a su papá “que anda en la calle”, a su hermano o su mamá.
Cerca de la medianoche le envió mensajes a otra amiga, a quien llamaremos L.P. por su propia seguridad. Le decía que necesitaba hablar, porque había recibido mensajes espantosos en los que Zerda le decía que ojalá que se muera hoy. La joven, que estaba en la calle, no le contestó. No supo más de ella hasta la madrugada, cuando le avisaron que Karla estaba en vivo.
Pasadas las tres de la mañana, Karla envió por WhatsApp un enlace a una transmisión en vivo de TikTok. Quienes entraron a verlo, se encontraron con ella explicando ante la cámara que no podía vivir más, que no podía salir de la “oscuridad” en la que estaba y despidiéndose de la vida.
Su amiga M.T. estaba viéndolo. Desesperada, comenzó a llamar a la mamá de Karla, pero Mirta se había tomado la pastilla que tomaba todas las noches para dormir y no escuchó el teléfono. En total, la llamaron 15 veces, distintas personas, pero ella no despertó. Estaban en cuartos contiguos, del otro lado de la pared, Karla se estaba despidiendo del mundo.
M.T. no perdió el tiempo: pidió un Uber. Eran las 3.25 y Karla seguía hablando. Dijo que se estaba por matar porque, si no lo hacía, “él” (así figura en su declaración) iba a matar a su mamá y a su hermano. Luego, vio cómo su amiga se dirigía a la ventana y se colocaba la soga en el cuello. Se la quitó, volvió a acercarse al teléfono, apuntó mejor la cámara y se fue hacia donde estaba la soga. M.T. vio a su amiga morir. Llegó cuatro minutos después.
En la puerta de su casa, el hermano de Karla, Lucas, estaba volviendo de una salida. Lo alcanzó un vecino, a los gritos, diciéndole lo que estaba haciendo su hermana adentro y que lo estaba transmitiendo en vivo. Lucas entró corriendo y a los gritos, para despertar a su madre. Mirta se despertó confundida. Ambos llegaron tarde.
Minutos antes, L.P. había recibido un mensaje de una amiga: “fijate ya que la Karla se está matando en TikTok”. Cuando ella se conectó al vivo, su amiga ya estaba muerta.
Salió corriendo a su casa, también llegó demasiado tarde. Fue ella quien se dio cuenta del detalle: el celular seguía transmitiendo la escena. L.P. lo tomó y finalizó el vivo. Al salir, se dio cuenta de que Diego Zerda era uno de los espectadores. Logró hacer una captura de pantalla, que hoy es clave en la causa para probar su presunta participación. L.P. tuvo la lucidez para entrar al chat que Karla mantenía con Zerda y comenzó a ver cómo él iba borrando uno a uno los mensajes que le había mandado. Pero las capturas de pantalla previas estaban ahí: la misma Karla las había guardado antes de morir.

La violencia sin fin
Una hora después del suicidio de Karla, Zerda envió un mensaje a su hermano advirtiéndole que, si lo buscaban, los mataría a todos. “Caje*, te han llamado bien preguntado. Tu hermana me empezó a bardear, me ha tratado de flaco, pipero, todo, yo le he contestado. Tu hermana 10 veces se ha querido matar antes que esto, así que no vengas a querer echar la culpa acá. Y si vos la tocas a mi vieja, o a cualquiera de mi familia, yo te voy a descuartizar, u* Yo ya no estoy en mi casa, yo voy a andar en la sombra, te juro por Dios que no me va a encontrar. Vos tocas a alguien de mi casa, y yo te voy a descuartizar con la mano, u*. Estate pillo, estate pillo, porque tu hermana ha hecho lo que quería porque quería, porque ella me empezó a bardear a mí y yo le he contestado. Estate pillo, chango, no aparezcas por mi casa, porque primero que no estoy ahí, y segundo que si le hace cualquier daño a mi familia, te lo juro por lo que más quiero que es mi hijo, te juro que los voy a matar todos. Vos amenazás, yo también puedo amenazar, u*, yo estoy diez veces más loco que vos, u*”.
Entonces, Zerda desapareció. Mirta no pudo hacer el duelo: mientras enterraba a su hija, empezaba a pedir ayuda a los medios y organizaba la primera marcha por justicia para su hija. Esta vez el escándalo fue tal que no hubo influencia capaz de volver a censurar la noticia: se esparció por todo el país y llamó la atención de los medios nacionales.
Finalmente, cuando se emitió la orden de captura, la Policía no lo encontró en su casa. Por su propia voluntad se había internado en el hospital de salud mental Obarrio. El diagnóstico: “adicción”. Cuando los uniformados lo fueron a buscar lo hallaron, según el informe médico, lúcido, orientado en tiempo y espacio y capaz de comprender los cargos que se le imputaban.
En la audiencia, Zerda no dijo una sola palabra. Quedó imputado por instigación al suicidio y por las amenazas contra el hermano de Karla. Le dieron dos meses de prisión preventiva y, aunque su defensa pidió que los cumpla en el hospital Obarrio, el juez Guillermo Di Lella ordenó que sea en el penal. Hasta el momento de escribir estas líneas, todavía permanecía alojado en la ex Brigada de Investigaciones.
Cuatro años de torturas
Karla era una emprendedora. Junto a su hermano, había montado una sala de estética, en la que ella se encargaba de la belleza femenina (uñas, cejas, pestañas) mientras su hermano, que era barbero, atendía a los hombres. Además, vendía ropa, bijouterie y calzados. “Mis dos hijos eran independientes, ellos trabajaban todo el día y vivían de su trabajo”, cuenta Mirta, orgullosa. “Se llevaban más que bien, se decían siempre que se amaban y eso lo ponía como loco a Zerda”, explica.
Desde joven, Karla se había dedicado a la estética. Ella misma era hermosa, hacía trabajos de modelo y preparaba en danzas a alumnas. Además, estudiaba fonoaudiología. Le gustaba la música y había grabado varios videos cantando trap, además de dedicarse a mostrar en TikTok coreografías y bailes.
Aunque los últimos cuatro años de su vida convivió con el fantasma de Zerda y sus mensajes humillantes, seguía trabajando y mostrando lo que hacía en redes sociales. “Ella estaba enamoradísima”, explica su madre con la impotencia de quien que no lograba hacerla reflexionar. “Siempre volvía con él”, se lamenta.
Mirta lo había corrido de su casa en 2021. Presenció cómo, en una fiesta, le pegó un cabezazo a su hija que las obligó a irse del lugar. Arrepentido, se presentó en su casa y le pidió por favor que lo dejara pasar para pedirle perdón. Ante la insistencia, Mirta le abrió la puerta, él pasó directamente al cuarto de Karla, que estaba acostada y se le tiró encima: “la empezó a ahorcar, nosotros le empezamos a gritar y logramos sacárselo de encima y lo corrimos a empujones”, recuerda. Entonces, llegó la primera denuncia, el primer intento de suicidio y la primera nota en los medios, que luego fue borrada. Pero nadie contaba con Luz Chocobar.

Luz había sido novia de Zerda y también lo había denunciado por violencia. Cuando ella vio en vivo la nota de 2022, descargó el video en su celular. Gracias a ella, la nota todavía existe.
Justicia ciega, sorda y muda
Augusto Avellaneda había logrado en 2022 que se dictara una restricción de acercamiento para proteger a Karla, una orden judicial que nadie en el Estado se ocupó de hacer cumplir. Entonces, recurrió a los medios, pero la nota desapareció.
Durante los siguientes años, siguió denunciando formal e informalmente a la Justicia sobre el hostigamiento infernal que sufría su clienta. Una captura de pantalla muestra un pedido vía WhatsApp directamente a la fiscalía con un mensaje que dice: “Buenos días, dra. Causa víctima Robles Carla, publicación mostrando a la Sra.
Robles (y adjunta capturas de publicaciones hechas por Zerda) acusándola y hostigandola aún en las redes sociales y la notificación, el Sr. no puede hacer eso”, escribe Avellaneda. Recibe un mensaje que dice “Buen día doctor, ahora lo veo gracias”. El abogado continúa: “tratándola de enferma y manipuladora, necesito que hable con el Sr. Fiscal”. Y agrega: “Nos vamos a arrepentir después, doctora”.
El 24 de octubre, le avisaron que Karla había muerto.

El desafío de la prueba
Hay muy pocos antecedentes de condenas por el delito de instigación al suicidio en la Argentina, que prevé una pena de uno a cuatro años de prisión. Uno de los pocos que existen es tucumano: el guardiacárcel Gerardo Bazán, condenado el año pasado por instigar a su pareja, Ana Picone a quitarse la vida. Fue noticia nacional, pero luego la sentencia fue revocada.
El problema con este tipo de delito es el dolo. Para probarlo, es necesario que quede claramente demostrado que el instigador perseguía específicamente el objetivo de que la víctima se quite la vida. No atormentarla, no ponerla triste, no hacerla sentir mal, sino buscar puntualmente que se suicide. La instigación al suicidio no admite la forma de culpa, es decir, si la muerte es una consecuencia no deseada de los insultos o las discusiones, la persona no puede ser condenada.
Y el problema con este tipo de delitos es que rara vez el instigador deja pruebas de su delito. No es usual encontrar mensajes escritos en que dice “matate”, “suicidate”, “quitate la vida”. Y ese requisito es fundamental, porque si no existe, el acusado puede alegar que sólo estaba discutiendo o peleando con la persona que se quitó la vida. Si no hay intención, no hay delito.
Rara vez se encuentra un caso como el de Karla, en que tantas personas presenciaron en vivo su suicidio y escucharon que lo hacía claramente con la intención de proteger a su mamá y a su hermano, porque temía que Zerda los mate. Tampoco se suelen encontrar testimonios tan directos y de personas tan variadas que escucharon la propia voz del acusado insistiendo a Karla en que tenía que quitarse la vida. Además, si se prueba (tal como figura en la captura de pantalla) que él estaba presenciando todo en vivo, escuchando que él y sus amenazas eran la causa del suicidio y no lo impidió, su situación se complica aún más.
Las personas que ya declararon en la causa y que aportaron luz sobre el infierno que atravesó Karla coincidieron en que sienten miedo de Zerda. Reconocen su caracter agresivo y violento, por ese motivo no se mencionan los nombres de los testigos de manera pública.

Mujeres fuertes
El carácter emprendedor de Karla es parte de una tradición familiar de mujeres que salieron adelante a fuerza de trabajo y creatividad. Su abuela enviudó muy joven y logró mantener a sus hijos en soledad. Mirta, su mamá, que perdió a su padre a los 10 años, comenzó a trabajar desde niña y hoy es artesana y comerciante. Durante trece años hizo tratamientos de fertilidad para tener a Karla, la tercera generación de este linaje de mujeres fuertes. La bebé heredó el carácter independiente de sus ancestras y desde muy chica comenzó a hacer dinero, siempre en áreas que la apasionaban: el baile, el canto y la estética.
Pese a este huracán de energía, que todavía puede verse en su cuenta de TikTok, no logró sobrevivir al miedo. Enamorada, soportó duras golpizas (su mamá cuenta que perdió a patadas un embarazo de siete semanas), amenazas e insultos. En los registros de WhatsApp puede todavía leerse cómo respondía a las humillaciones: a veces con ironía, otras con comprensión, pero no se encontraron insultos.
Cuatro años vivió denigrada públicamente y salió adelante. Hizo todo lo que tenía que hacer: lo denunció, hizo terapias para sobreponerse, no devolvió la violencia, intentó perdonar, luego alejarse y volver a perdonar. Pero el límite fue la seguridad de su familia. Terminó creyendo que Zerda los mataría si ella no cumplía con el reclamo que él le hizo durante años: que se quite la vida.
Quizás si la Justicia hubiera movido un poco la osamenta y hubiera dado curso a una de sus seis denuncias habría descubierto que Zerda ya había sido demandado por otras mujeres. Si alguna de las causas, aunque fuera sólo una, hubiera llegado a juicio oral, algún magistrado hubiera echado un ojo a las capturas de pantalla y a la cantidad de gente que presenció los ataques de Zerda.
Probablemente, si él hubiera estado preso, la madrugada del 24 de octubre de 2025 Karla habría prendido su teléfono y comenzado a transmitir en TikTok una escena completamente distinta: hubiera bailado como sabía hacerlo, hubiera cantado y se hubiera luego sentado en su cama a ver cómo se multiplicaban los “likes”. Al día siguiente, habría abierto su local de estética y vuelto a atender a sus clientas, junto a su hermano en la barbería y, por la tardecita, como todos los días, habría visto a su papá y su mamá sacar las sillas a la vereda a esperar que los chicos terminen de trabajar y se junten a ellos. Sin celulares, como era su costumbre, los cuatro frente a frente, matándose de risa de lo que había pasado en el día.