El Oficial Gordillo cambió el escenario por la urna: Miguel Martín, votó con su familia y se llevó una ola de saludos y fotos

El sol del mediodía se colaba entre los árboles de Rivadavia 501, y la Escuela José Mármol, con su aire de domingo electoral, se vestía de murmullos, pasos y boletas. Entre el trajín de los votantes, un rumor que se hizo realidad empezó a circular en lo que es un día hermético : “Vino el Oficial Gordillo”. Y allí estaba, Miguel Martín, el humorista que tantas veces hizo reír a los tucumanos (y argentinos) desde el escenario, llegando esta vez a cumplir con otro tipo de papel: el del ciudadano que pone su firma cumpliendo con el deber cívico.

Llegó puntual, a las 13.25, con la serenidad de quien se toma la vida con humor, pero también con respeto. Lo acompañaban su esposa, Soraya Mafud, y una de sus hijas. El hijo, contaría después entre risas, había decidido quedarse en casa. En la fila, Miguel dejó pasar a una señora con bastón. Pequeños gestos que hablan de su humildad, que jamás perdió desde su Famaillá natal. En la mesa 117 lo esperaban las autoridades, un grupo de jóvenes que lo recibieron entre nervios y sonrisas cómplices. “¿Podemos filmar cuando entrás a votar?”, le pidieron. Él asintió, con esa mezcla de sencillez y picardía que lo caracteriza.

El momento fue breve pero simbólico. Entró al cuarto oscuro, tomó la lapicera, y al salir —ironías de la vida— la olvidó allí dentro. “Tengo que pasar a buscarla después”, contó entre risas, mientras la escuela entera parecía un pequeño teatro improvisado dondeel pedido de la foto no se hizo esperar. Un chico de Catamarca, fanático confeso, lo abordó con devoción. “Mi esposa dice que soy insoportable con Miguel Martín”, confesó el muchacho. Martín sonrió, se dejó retratar, y siguió su paso tranquilo entre algunos flashes y miradas.

Después de emitir su voto, el humorista habló, esta vez sin personajes, sin uniforme, sin escenario con Tendencia de Noticias. “He venido a cumplir con el deber cívico —dijo—. Muchas veces no votaba porque estaba en otro lado, de gira, en los teatros. Siempre llegaba tarde. Estuve como quince años sin votar. Lo único que hacía era pagar la multa, y ya”. El tono fue sincero y a la vez, jocoso, una confesión que canaliza un poco de culpa en su interior. Un hombre que se ríe de todo, incluso de sí mismo, reconociendo sus cuentas pendientes con la democracia.

“Ahora ya decidí no laburar este fin de semana —agregó—. Además no va mucha gente al teatro, así que lo dejamos libre para venir a votar. Está bueno que haya participación, que los jóvenes también se acerquen. Los que salieron anoche, que se desvelaron, que vengan, porque son los que deciden para un lado o para el otro”.

Había algo poético en su manera de hablar: un humorista convocando al voto con ternura y sentido común. Un hombre de pueblo pidiendo compromiso, entre risas y recuerdos. Habló también del nuevo sistema electoral: “Me parece que está bueno, que hay más control, que ya no se puede hacer voto cadena ni nada de eso. Todo lo que sea para que haya transparencia, está bueno”, dijo con una mirada seria, pocas veces vista en un tipo que tiene el chiste fácil. Se le consultó si esta vez votaba junto a su esposa. Y él, sin perder la chispa, respondió: “Sí, siempre votamos en la misma escuela, pero no en la misma mesa. Hoy justo coincidimos, porque yo soy Martín y ella Mafud. Así que, por los apellidos, esta vez nos tocó juntos. Mato dos pájaros de un tiro”.

No hubo chistes improvisados, ni sketchs de última hora. Apenas un par de fotos y una charla sencilla con las autoridades. “No me pidieron chistes, solo grabar cuando entraba a votar. Son todas chicas, así que no van a saber cuál es”, bromeó al final.

Cuando se fue, la escuela volvió a su ritmo habitual, pero el aire quedó distinto, como si una carcajada silenciosa hubiera quedado flotando entre los pasillos. Miguel Martín, el hombre detrás del Oficial Gordillo, dejó en la urna algo más que un voto: dejó una escena, una metáfora, un guiño al país que quiere seguir creyendo en la risa, incluso en días de elecciones, pero también, un mensaje de concientización y convicción.

Porque a veces, votar también es un acto de fe. Y cuando el humor se cruza con la democracia, el pueblo sonríe un poco más seguro de sí mismo, siempre pensando en el porvenir.