El Mundial de Clubes despertó un interés inusitado y sorpresivo en la mayoria de los amantes de fútbol: del rechazo al goce total de ver como lo que parecía ser una idea para elitistas terminó llevando paridad, sin importar países de origen o capitales ecónomicos, algo que vuelve a este deporte, el más popular de todos, ya que la lógica escapa de los cabales egoístas de los titiriteros, comúnmente llamados dirigentes.
Y en este júbilo, repentino e intenso, el pecho se empezó a inflar de orgullo cuando vimos que los equipos sudamericanos no fueron de paseo, es más, lograron grandes proezas: Botafogo (campeón de Libertadores) venció al campeón de la Champions League como el PSG, el Flamengo dominó al Chelsea (también campeón, en este caso de la Conference League) y tanto el Palmeiras como el Fluminense merecieron llevarse sus duelos ante Porto y Borussia Dortmund, respectivamente. Incluso por los azares del calendario, la parada decisiva para Boca Juniors era su primer partido, ante Benfica, y supo estar a la altura al principio con un 2-0, pero se desinfló y terminó igualando 2-2. Todo parecía color rosa, pero la bandera sudamericana plantada en Argentina con una hermandad insólita con los brasileros (cuando de fútbol se habla) acabó siendo una fachada que se mojó con un baldazo de agua fría. Como aquel compañero que no hacía nada en un trabajo práctico grupal, y aún así, se llevaba el crédito por el esfuerzo de otros, aquí sucedió algo similar: Boca y River, de los 6 sudamericanos, fueron los que quedaron eliminados. Los cuatros brasileros avanzaron con mucha solvencia y sin demasiadas complicaciones.
Boca pareció abrir la ilusión de la clasificación con esa buena actuación que casi lo lleva a empatar con el Bayern Munich, uno de los tres mejores equipos del mundo actualmente, pero todo se fue por la borda tras el empate 1-1 contra Auckland City: un equipo semiprofesional. Los portales, en una osada maniobra, decidieron investigar uno por uno a los jugadores del equipo neozelandés para dar a conocer su profesión, y darle más color a un partido bochornoso en la historia del Xeneize. Del otro lado, River perdió con el Inter, pero eso es lo de menos, un resultado esperable en un trámite parejo hasta el segundo tiempo. Sin embargo, no haberle ganado a Monterrey fue la bala que lo terminó liquidando en Estados Unidos.
A partir de ahí, la típica acción de tratar de levantar piedras para encontrar alimañas excesivas se convierte en una operación que inunda la agenda mediática, sin importar si el programa es deportivo o no. Primero, me centraré en lo futbolístico: ni River ni Boca están lejos de competir con europeos, ni mucho menos. Boca le pudo ganar al Benfica y aguantó a uno de los mejores equipos actuales como el Bayern Munich, mientras que River hizo un excelente primer tiempo. El problema radica en los recambios y variantes de estos equipos, donde si hay una diferencia de nivel importante entre titulares y suplentes. Justamente, un nivel que les terminó pasando facturas contra equipos de menor escala, que, por detalles que terminan significando un montón en el fútbol, recalan en la eliminación. Y esto es el primer foco del asunto: no es que Boca y River no tienen material, es que no saben como emplearlo. Los clubes más populares cuentan con un gran presupuesto, y sobre todo en este último mercado de pases, gastaron mucha plata; pero cantidad no es sinónimo de calidad, y menos en un deporte donde los escudos tienen un peso mayor que un monto de transacción. Equipos caros, con nombres pesados, pero sin estructura.
Entonces, si hablamos en la cancha, Boca y River no supieron transformar sus buenos pasajes en números a su favor en el marcador (o sostenerlos en el caso del Xeneize). Ahora, es verdad que Brasil tiene un presente ecónomico próspero y rico, pero no nos engañemos, Boca y River también. Lo demuestran los altos salarios de figuras como Cavani o Montiel, por citar uno de tantos ejemplos (o la llegada de Paredes o Driussi). Por lo tanto ¿Por qué se trae a colación el tema de las SAD al fútbol argentino? Simple. Una medida política para tratar de meterse de lleno con un poder que mueve montañas como el fútbol. El presidente Javier Milei posteó una imagen rotulando a la gestión de "Chiqui" Tapia como un fracaso con un torneo poco competitivo (cosa que se puede coincidir) pero rápidamente aparece la palabra SAD. ¿Es la salvación ser una Sociedad Anónima Deportiva? De los 4 brasileros, 3 son asociaciones civiles sin fines de lucro. Solo Botafogo, que es manejada por John Textor, el mismo empresario que por deudas mandó a un gigante de Francia como Lyon a la segunda División. El formato deteriora a los equipos argentinos de un torneo local que se volvió vulgar, pero no hay que hablar de las sociedades anónimas como si fuera el héroe de todo esto cuando en el país, casos como Deportivo Mandiyú o Racing calaron hondo en el denominador futbolero albiceleste, son cicatrices abiertas y no quieren revivir esas experiencias.
No hay que volverse fánaticos de los resultados. Es para tomar nota pero no para armar un escándalo de proporciones bíblicas. Los equipos argentinos compitieron. Puede faltar jerarquía que se suple con el gen sudámericano de la desfachatez y el desparpajo. No olvidemos que somos campeones del mundo. Que la Selección sigue siendo la mejor del planeta y que, por ahora, llega entonada a defender su corona. Y que en Europa, con tanta tecnología, siguen eligiendo el potrero o la favela para potenciar sus equipos. ¿Última gran compra? Franco Mastantuono al Real Madrid por $45 millones de euros. Nuestro fútbol tiene mucho que mejorar, pero la histeria no es el mejor camino para buscar soluciones. Viva la gambeta y el ingenio por sobre los dos toques, la picardía por encima de la frialdad, y el mantenimiento de una identidad por encima de una colonización.
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