Thibaut Delmotte el enólogo de Colomé con etiqueta propia.- Foto: La Nación
Thibaut Delmotte llegó a la Argentina como turista, con la curiosidad a flor de piel y una mochila como compañera de viaje. Durante seis meses recorrió el país haciendo dedo, atravesando rutas, montañas, llanuras y ciudades, hasta llegar al confín austral: Tierra del Fuego. Pero no fue la inmensidad de los paisajes lo que más lo sorprendió, sino algo más intangible y profundo: la calidez de las personas.
En ese viaje encontró algo que no estaba buscando, pero que reconoció de inmediato como propio. En Salta, y en particular en los Valles Calchaquíes, descubrió una forma de vida que le resonaba íntimamente: el valor de la familia, la unión comunitaria, los colores intensos de la tierra, la fuerza de la cultura andina. Se sintió reflejado en el carácter tranquilo y reservado del salteño. Fue entonces cuando supo que allí quería quedarse.
En 2005, la vida le presentó una oportunidad decisiva: Donald Hess, empresario suizo y figura clave del vino de altura en Argentina, lo convocó para sumarse al equipo de Bodega Colomé. Thibaut aceptó y comenzó así una nueva etapa, de aprendizaje profundo y vínculos duraderos. Conoció a Christoph y Larissa Ehrbar, actuales dueños de la bodega, con quienes construyó una relación basada en la confianza y el afecto. De esa amistad nacería, años después, uno de sus proyectos más personales.
El regreso, el viñedo y la nueva raíz
En 2017, después de varios años en Argentina, Thibaut y su familia decidieron pasar una temporada en Francia. La idea era reconectarse con sus orígenes. Pero al poco tiempo se dieron cuenta de algo que ya intuían: su lugar en el mundo había cambiado. La tierra que antes era su hogar ya no los contenía del mismo modo. Decidieron volver a Salta, a los Valles, y comenzar de cero con un sueño que venía madurando hacía tiempo: un viñedo propio, un proyecto familiar.
Thibaut se reencontró con Larissa y Christoph y les compartió su deseo. El apoyo fue inmediato. En una zona virgen, a 2.600 metros de altura, comenzó la plantación de su viñedo, pensado desde una viticultura limpia, respetuosa del entorno y sin pesticidas. El suelo, franco arenoso, profundo y pobre en materia orgánica, ofrecía un rendimiento bajo pero de altísima calidad. Allí nacieron las primeras uvas, con granos frutados, complejos, frescos. Todo se hacía con compost orgánico y cuidado extremo.
La gente de la zona, dedicada históricamente a cultivos como el pimentón y la quínoa, entendió rápidamente el espíritu del proyecto. Aunque no tenían experiencia con la vid, abrazaron con entusiasmo la filosofía del cuidado de la tierra, algo que ya formaba parte de su cultura, del respeto a la Pachamama. Thibaut encontró allí no solo colaboradores, sino una comunidad.
En Argentina, asegura en una entrevista con El Ocho TV, encontró una libertad como viticultor que en otros países es difícil de alcanzar. Cada productor puede elegir qué variedad plantar, en qué terroir y con qué rendimientos. Esa posibilidad de diseñar su propio camino lo motivó a crear un vino que lo represente: un Malbec elaborado con levaduras indígenas, sin aditivos, con crianza de 12 meses en barricas de roble francés. Un vino equilibrado, complejo, elegante, que puede disfrutarse hoy o dejarse evolucionar en botella durante años.
Para él, hacer vino no es solo una profesión, es una forma de vida que involucra a toda su familia. Su esposa Moni y sus hijos participan activamente en la finca, disfrutan del trabajo en contacto con la naturaleza y lo inspiran cada día. La familia, dice, está en el centro de todas sus decisiones.
Hoy, Thibaut Delmotte vive en ese rincón remoto del alto Valle Calchaquí, donde hace más de veinte años sintió que algo dentro suyo se acomodaba. Allí se enamoró, formó su familia y dio forma a un sueño largamente cultivado: crear vinos personales, únicos, que reflejen la identidad de un terroir extremo y a la vez profundamente humano.
Con entusiasmo, anticipa que muy pronto sus etiquetas estarán disponibles para el público en dos puntos clave: el Hotel Sheraton y La Bodega del Ángel, en Tucumán. Una nueva etapa comienza, pero como siempre, con los pies firmes en la tierra que eligió como hogar.